Para
celebrar los 10 años de El Fogonero, comencé una serie de pequeñas entrevistas a
creadores cubanos que han sido importantes para mí por alguna razón. Mi intención
era que sus palabras se convirtieran en mi fiesta. Disfruté tanto los
diálogos y la posibilidad de compartir sus ideas y testimonios, que he decidido
seguir hasta lograr 100 entrevistas a 100 cubanos a los que le debo algo.
A Juan Carlos Cremata solo lo he visto en
la televisión, los periódicos o de lejos, en una Habana de la que tanto él como
yo nos acabamos marchando. Nuestra primera conversación fue un chat en
Facebook. Ese día le dije que su película Viva
Cuba (2005) era una de mis obras preferidas del cine cubano. Desde entonces
hemos compartido muchas cosas, siempre a través de esa estrecha ventana que se
abre en la parte inferior de la pantalla.
Ya una vez, a principio de los años 90 del
siglo pasado, se le hizo difícil vivir en su país. En aquel entonces, fue a dar
a Chile y de ahí a Argentina, donde llegó a dar clases dos universidades.
Después de ganarse una beca Guggenheim y de vivir en Nueva York, tuvo la necesidad
de volver a La Habana a hacer cine cubano. Primero filmó Nada y luego la que es —hasta hoy— su obra más reconocida.
En 2015, su puesta en escena de El rey
se muere, de Eugene Ionesco, fue censurada y su grupo de
teatro disuelto. “Algunos funcionarios presionaron a los pocos amigos que me
ayudaban para que no lo hicieran. Sin pronunciar una palabra, estaba claro de
que no me dejarían hacer nada más en Cuba”, dijo entonces en una entrevista. Poco
después, aprovechando una invitación del PEN Club de Nueva York, decidió
exiliarse.
Más de una vez ha dicho que su sombrero y
sus espejuelos oscuros son su personaje, que detrás de ellos está la “persona
no pública”. Por eso tengo la impresión de que cuando respondió estas cinco
preguntas no los tenía puestos.
Nuestra generación llevó sobre sus hombros el peso de una historia que
otros hacían (o destruían, vista en la distancia). A ti te tocó llevar una
carga aún más pesada, porque entró en tu casa y dejó una tragedia. ¿Cómo se vive
con eso, de qué le ha servido al artista que eres?
La tragedia,
en mi vida personal, va muy ligada también a la comedia. O a la alegría de
vivir, para ser más exactos. Como en el teatro griego, pasamos de Sófocles a
Eurípides de una manera “rápida y furiosa”. Ha de ser, parece entonces, una
compensación obligada. Un mecanismo de defensa. O lo que nos dicta, desde el inconsciente,
nuestro más elemental instinto de conservación.
La manera en
que perdí a mi padre, me hace, a cambio de insistir en la desdicha, recordarlo siempre
vivo. Alegre, como era. Jaranero. Jovial y contagioso. Quien lo conoció puede
dar fe de ello. Por eso como artista, y como ser-humano-ante-todo, me cuido y he
tratado continuamente de hacer bien a los demás. Y felices. Y tolerantes. Y más
abiertos de pensamientos. Por ende, de acción. Y por supuesto, sobre todo he
intentado ser sincero conmigo mismo. Soy un hombre contento.
He logrado
muchos sueños. Y cada día sueño más. No me interesa pues, por ahora, ahondar para
nada, en la tristeza. Ya bastante cuota de infelicidades tiene uno en la vida,
como para aumentarlas. Ser artista es la coraza de mi positividad constante. Es
mi persistencia. Mi perseverancia. Mi razón de ser. Mi destino y mi delirio.
Por otro lado,
ya sabes que en Cuba se venera la pérdida. No la ganancia. Y además, como todo,
se politiza… Hay quien, por un lado, me acusa de haber sido un “privilegiado” de
la Revolución —¿qué “privilegio” puede haber en que te asesinen a un padre? ¡Y
de esa manera monstruosa, en el crimen de Barbados!—. Por otra parte, la “Revolución”
me acusa hoy de “desagradecido” —¿dime cómo se puede agradecer la sinrazón y el
reino del oportunismo?—.
Yo soy un ARTISTA.
Gústele a quién le guste. Y pésele a quién le pese. Y el arte es mi única política.
Sin fronteras. Es mi credo, mi voluntad, mi raciocinio, mi religión, mi
esencia, mi patria, mi himno y mi bandera. Aprendo de todo. Y a diario. De lo
bueno. Y de lo malo. Bueno, de lo negativo trato al menos de salvar lo educable.
Lo que me hace crecer. Aprender y avanzar son mis lemas.
Y la historia…,
todos sabemos que es como una vieja puta a la que todo el mundo maneja a su
antojo. La dignifican o ensucian con excelsos o malsanos caprichos. Pero la
patria somos todos. Los que la habitamos (desde cualquier parte del mundo) la rehuimos,
la gozamos, la padecemos, la añoramos, la sufrimos… Lo demás es paisaje para
turistas.
Hay varias películas cubanas que, por razones, tengo que volverlas a ver cada
cierto tiempo. Viva Cuba es una de
ellas. Aunque la película no ha envejecido, tú ya no eres el mismo. ¿Le
cambiarías algo ahora, sobre todo después de haberte convertido en el personaje
de una historia parecida?
Las películas
son el resultado de lo que fuimos una vez. Y de cómo pensábamos en ese entonces.
Pero adquieren su independencia cuando se distribuyen después del estreno. Me
asustaría mucho ser siempre el mismo. Porque creo en el cambio. Constante. Y a
diario.
Te puedo
asegurar, que no le cambiaría absolutamente nada, ni un ápice a lo hecho. Como
no puedes cambiar lo vivido. Las películas son como hijos. Y Viva Cuba fue, además, como una
iluminación inmensa. Una niña muy querida. Los ojitos dulces de mi hija. Todavía
me regala satisfacciones increíbles.
Es la
película que más premios ha ganado en la historia de la cinematografía cubana
—acapara 47—, entre ellos el Grand Prix Ecrans Juniors de Cannes. Pero además
es un filme que te remite y alude al niño que fuimos alguna vez. Y que muchos,
nos resistimos a dejar de ser. Vivir ahora otra historia, me generará, espero
nuevos argumentos.
Y una manera
distinta de pensar. Siento que tenemos el deseo constante e imperativo de
cambiar. Porque el que se detiene está perdido. Y trato de avanzar. Machado,
siempre Machado, y “se hace camino al andar”. Mañana es muy seguro que piense
distinto. Porque uno va conociendo, digiere y procesa.
Pienso, luego
existo ¿no se trata de algo de eso? Ahora intento escudriñar en el exilio.
Conocerlo desde dentro. Al sentirlo.
Una vez el escritor cubano Lorenzo García Vega pidió que lo retrataran con
su uniforme de empacador del Publix. Para el integrante del Grupo Orígenes,
aquel era también un acto de honestidad intelectual. Tú te has retratado junto
a Zenaida, la piscina que atiendes en un condominio de condominio de Key
Bizcaine. ¿Cómo defines ese acto?
Como un buen
inicio en la memoria que quiero llevar de mi exilio. Siempre me contaron otras
historias sobre lo que pasaba con los cubanos decididos a dejar su tierra y a
probar suerte en otras partes del mundo. Quiero recogerlas ahora. Y sentir en
carne viva y en mi más hondo pensamiento, las miles de historias de desarraigo,
dolores, alegrías y empeños de este lado de la historia.
Para poder
hablar con propiedad de esta otra vida he de vivirla. No veo ninguna intención oculta,
más que el de contarle a la gente que me quiera escuchar, todo lo que estoy viviendo.
No sé cuáles fueron los motivos de Lorenzo García Vega. Pero en mi caso, es
como hacer público una especie de diario de mi nueva existencia. De la manera
más artística que sepa. Es un espacio donde puedo seguir creando.
Experimentando con el lenguaje audiovisual.
En Cuba me
condenaron a morir en vida. Como la única consigna posible es “patria o muerte”,
yo me vi obligado a elegir, a cambio, “mundo y vida”. Y el exilio ni es tan
rosa, ni es tan tétrico. Ahora puedo decirlo. Aunque es corta aún mi
experiencia. Lo veo como un proceso profundamente humano. Y que no es
patrimonio solamente de nosotros los cubanos. Aunque se ha vuelto sino.
Siempre trato
de ser sincero conmigo mismo. Al tiempo que divertido. Ya te digo: aprendo y
avanzo. Me interesa indagar y sentir a flor de piel —pero también muy adentro—
lo que sintieron y sienten todos los desarraigados de la tierra. En especial de
esa isla que llevamos en las venas. Y en cada uno de nuestros mejores
pensamientos.
Al dejar Cuba, no solo dejaste atrás a tu familia, a tu ciudad y a tu país;
también abandonaste ideas y proyectos que probablemente nunca puedas recuperar.
¿Cuál de los proyectos que se quedaron atrás te ilusionaba más?
Cuando salí
de Cuba salí con proyectos filmados y otros escritos. Que espero terminar. Un
largometraje titulado Semen, que fue filmado
de manera clandestina y sin permisos oficiales. Y una cuarta entrega de mis Crematorios. Siempre tengo algo debajo
de la manga. Y el proyecto que más me sigue ilusionando, es la adaptación al
cine —que daría además para una serie ahora que están tan de moda— de la, a mi modesto
entender, mejor novela escrita en Cuba: Hombres
sin mujer, de Carlos Montenegro. Estaba por filmar Fe de ratas, un texto de Elio Fidel López Veláz, un joven dramaturgo
que es excelente. Y en teatro, quería hacer el único musical que no pudo —¿o no
le dejaron?— estrenar nunca a Virgilio Piñera: El encarne.
No son
proyectos a los que he renunciado. Para nada, ¡Nunca renuncio! Están ahí. Vigilo por ellos y
los acaricio. Aunque evadiendo mis diarios desvelos, aún los conservo en el mismo
centro de mis anhelos. Y forjan también el extenso catálogo de mis mayores esperanzas.
Aunque por ahora, deba aprender a vivir de otra manera.
¿Cuál es el plan B de Juan Carlos Cremata para no dejar de crear, para
salvar su obra, para salvarse?
Tengo plan B,
un plan C, un plan D y así, sucesivamente, hasta cubrir todo el abecedario. ¿No
crees que con librarme de todo aquello ya me salvé? ¡Ya estoy salvado! Lo que
hice está ahí y es imposible olvidarlo. Aunque haya quien lo menosprecie o
intenta condenar al silencio. Nunca voy a dejar de ser artista, aunque trabaje
en un Publix o una piscina en Key Bizcaine.
Una cosa no
tiene nada que ver con la otra. Y al mismo tiempo, sí. Siempre he pensado que
si no logro lo que quiero, muero en el intento. Y que esa es una manera de alcanzar
mis sueños. De todas formas, tal y como decía más o menos John Lennon: “la vida
es todo aquello que sucede, mientras uno se empeña en hacer otros planes”.
Mi obra está
salvada. Y eso a su vez me salva a mí. Está ahí. Podrán intentar silenciarla. Pero
eso es cada vez más difícil en estos tiempos de comunicación global, virtual,
digital, super-tecnológica, y contemporánea. Mi obra futura vendrá con el
tiempo. Si la vida me acompaña. Of course!