Los estúpidos suelen ofenderse cuando les llaman estúpidos. Esa es
la mayor prueba que pueden ofrecer de su estupidez. Ni siquiera están en
condiciones de comprender la gravedad de su limitación. Eso ya lo sabe Johnny
Depp, quien se quejó con dureza de los espectadores promedio de Estados Unidos
por no entender a su último personaje ni a su última película.
“Si les das cosas sencillas y fáciles de digerir como Piratas del Caribe, el público responde
en masa. Si les pones delante una cinta inteligente y más compleja como The Rum Diary, se quedan en casa (…). El
fracaso de la película es culpa de la estupidez y la incultura de la mayoría de
nuestros espectadores”, dijo Depp como si todavía estuviera dentro del filme.
El diario del ron es una de mis novelas preferidas. Recuerdo perfectamente la tarde
en que di con ella en la librería Cuesta de Santiago. Esa misma noche estuve a
punto de terminarla. El avance de las páginas fue tan vertiginoso como los días
de Hunter S. Thompson en el Puerto Rico de los años 50.
Thompson es el padre del “periodismo gonzo”, un subgénero que
convierte al reportero en parte esencial de la noticia, en un actor más del
contexto. Anoche, mientras veíamos las primeras escenas, volví a caer en ese
raro vértigo donde las ideas, las convicciones y los sentimientos también
parecen estar metidos en una oscura barrica de roble.
Es evidente que Johnny Depp no solo quiso parecerse a Hunter S.
Thompson sino que intentó meterse en su pellejo. De ahí que, cuando saliera a
defender la película, hablara con las mismas palabras del novelista. Ambos han
acabado profesando una misma ideología, donde el ron y los principios se sirven
en un mismo trago.
Eso no suele caerle bien a muchos. Cuando la verdad duele, la
mayoría prefiere convertirla en una mentira colectiva. Suerte que Thompson y
Deep, cada uno en su época, tuvieron la satisfacción de decir lo que dijeron y de
levantar el vaso dignamente. Por ellos yo también levanto el mío. ¡Salud!